Comentario
Ciertamente la complejidad de las transformaciones de la arquitectura contemporánea no pueden ser reducidas a unos pocos criterios y principios invariantes, sucesivamente definidos y destruidos. La arquitectura, como disciplina y como tradición, tiene una historia y unos métodos para resolver problemas de habitación, de representación, de ordenación de la ciudad, pero también para tomar decisiones formales, compositivas, tipológicas y de lenguaje. Instrumentos teóricos y prácticos que tienen su lugar de comprobación en la ciudad, en relación a los grandes problemas sociales y políticos que plantea su ocupación y que, a la vez, se ven afectados por el desarrollo tecnológico de la construcción, por las nuevas necesidades que plantean los procesos de industrialización, pero también por la tradición, por la historia, por la memoria y por las vanguardias.Es posible que no resulte arbitrario señalar que conviene, de vez en cuando, adoptar ante la historia la actitud que Bernini adoptaba frente al proyecto de arquitectura cuando señalaba que el principal mérito de un arquitecto no consiste en levantar edificios admirables y espaciosos, sino en sacar partido de los problemas, de los defectos, de los inconvenientes, de tal modo que si esos obstáculos no existiesen habría que inventarlos. ¿Es una casualidad, o una simple revisión de convicciones, que Philip Johnson, el mentor del Estilo Internacional, a propósito de su Kline Tower de la Universidad de Yale, afirmara en 1973 que "es maravilloso y divertido sentirse pequeño. ¿Amo la Columnata de Bernini?" Y es que, como señalaba a principios del siglo V. Slovski, crítico literario y representante cualificado del formalismo ruso, "en el arte en general, y concretamente en los conjuntos arquitectónicos, lo importante son los choques, los cambios de señal, del mensaje".La arquitectura contemporánea ha ofrecido una enorme variedad de soluciones diferentes, de poéticas contradictorias y de compromisos complejos, unas veces defendiendo la intimidad y elocuencia de los lenguajes y otras lanzándose a una prometedora disolución en la ciudad, en la planificación. En conjunto, la arquitectura y la ciudad se han construido desde diferentes valoraciones que han permitido la pasión por los símbolos y por los significados, no siempre conscientemente asumidos y, en su heterogeneidad, esos intentos de hacer de la arquitectura un intermediario privilegiado entre las aspiraciones colectivas y las formas de manifestación del poder nos obligan a estudiar la historia como una multitud de historias. Son tantas y tan variadas las propuestas, los proyectos y las realizaciones prácticas que la riqueza de los lenguajes no puede reducirse a los estrechos márgenes de una consigna. Es más, cuando nos acercamos a ese pasado heroico, lleno de sueños, utopías y miserias, hay que señalar que el legado más importante lo ha constituido una inquietante presencia de lenguajes rotos, de formas inexpresivas, de ciudades que han perdido su identidad figurativa y morfológica.Estudiar estos problemas quizá constituya una nueva afrenta como lo fue la Torre de Babel, cuya inseguridad como proyecto definitivamente terminado la puso en evidencia el padre Kircher, en el siglo XVII, demostrando la imposibilidad de su construcción por el hecho de que su altura y peso hubieran ocasionado un cambio de rotación y de eje de la Tierra. Aun así, sigue siendo atractivo pensar en recorrer los vericuetos de semejante arquitectura, metáfora de la del siglo XX, cargados, además, de pruebas filológicas, en el convencimiento de que la historia todavía es pertinente.